POR LOS MISIONEROS
Sagrado Corazón de Jesús, por amor de tu misma gloria, protege los esfuerzos de tus Misioneros. Amén.
PARA PEDIR POR LAS MISIONES
Corazón de Jesús, que dijiste: «Mi yugo es suave y mi carga ligera», ten piedad de tantos infieles esclavos de Satanás; haz que también ellos, sacudido aquel horrible yugo y aceptado el tuyo, sientan toda la verdad de tus santas palabras.
Corazón de Jesús, que dijiste: «Dejad a los niños que se acerquen a Mí», ten piedad de tantos niños; como entre los pueblos no cristianos son sacrificados en el alma y en el cuerpo; haz que puedan recibir el bautismo de la regeneración y cantar tus alabanzas eternamente.
Corazón de Jesús, que dijiste: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios», purifica con el poder de tu gracia a tantas almas desventuradas que, sumergidas en el abismo de la corrupción, no saben levantar los ojos para contemplar tus divinas bellezas. De la aridez de esas tierras haz brotar lirios de pureza, que constituyan las castas delicias de tu Corazón.
Corazón de Jesús, que, en un ímpetu de amor infinito, dijiste: «Yo vine a traer fuego a la tierra, y, ¡que otra cosa quiero sino que arda!», provoca un vasto incendio de caridad en el mundo; suscita nuevas legiones de héroes que, armados con la Cruz, lleven la llama de tu Amor hasta los últimos confines de la tierra.
Corazón de Jesús, que dijiste: «El que pierde su vida por mi causa la encontrará», y enseñaste con el ejemplo a morir por los amigos, según aquellas tus sublimes palabras: «No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos», te suplicamos que formes muchos corazones magnánimos, que estén dispuestos a sellar con su sangre su amor para contigo y para con las almas por Ti redimidas. Amén.
¡Madre mía! No conocen a Jesús, tu Hijo divino. No saben que por salvarlos, derramó toda su sangre redentora. No saben que, por mejor esperarlos, sigue allí clavado, extendidos sus brazos divinos, abierto el costado y sangrando el Corazón, mientras les dice: «¡Venid a mi Corazón todos!».
¡Reina y Madre mía! Ellos no saben de tus dolores. Si lo supieran, ¿cómo podrían permanecer impasibles ante tanta amargura? Intercede por ellos ante tu divino Hijo, y alcanza con tu inmenso poder que la luz del Evangelio se derrame por el mundo entero. Que no haya religión, ni pueblo, ni hogar, ni siquiera un corazón que no adore a Cristo, fruto bendito de tus purísimas entrañas, y que no le honre como a su Rey y Señor.
Mírame, Madre adorada, Reina de las Misiones, postrado ante tus benditas plantas. Y no te olvides también de mí. Miserable soy y pequeño, y no tengo otro refugio ni otra ayuda que la tuya.